Dicen que puede ser una respuesta instintiva al confinamiento del covid: hablo del fervor contemporáneo por asistir a los grandes conciertos y festivales multitudinarios. Resulta que la gran partida se juega ahora en el campo del directo. Conviene reconocerlo: los álbumes, como manifestaciones artísticas, con voluntad unitaria, han perdido relevancia. Se necesitan, claro, para alimentar a las plataformas de streaming, pero allí se trocean y se diluyen en el torrente de las playlists. Acertaban aquellos que comparaban la distribución de la música digital con el agua corriente: necesaria, accesible, barata.
Por el contrario, la música en vivo se comporta como los restaurantes 3 estrellas de la Guía Michelin: multiplica sus precios. De forma legal o chanchullera: su ecosistema ha sido perturbado por la automatización de los predadores (antes conocidos como “reventas”) y la aparición de los sospechosos “mercados secundarios”. Asistimos al intento de normalización de prácticas como los precios dinámicos, que evolucionan según la demanda: todavía no sabemos cómo se resolverá la frustración creada por la gira de reaparición de Oasis, que ya parecía un sacaperras desde los primeros rumores de aproximación entre los hermanos Gallagher. Sin olvidar aberraciones hoy universales como los ridículamente denominados “gastos de gestión”, que engordan, alehop, la factura final de la compra de la entrada (que puede que ni siquiera tenga existencia física).
Los conciertos masivos ofrecen ahora crecientes posibilidades de negocio: múltiples variedades de entradas VIP, la venta in situ de merchandising, la transmisión por TV o internet y, a la vuelta de la esquina, las tecnologías inmersivas (realidad virtual, realidad aumentada). Aparte, está subiendo el listón de la espectacularidad, con exhibiciones de poderío tales como el Halftime Show de Beyoncé en un estadio de su Houston natal (y eso cuesta dinero).
Con todo, la clave está en la necesidad de conexión social. El aldabonazo lo dio la colombiana Karol G, al llenar durante cuatro noches de julio el Santiago Bernabéu madrileño. Hazaña lograda sin apenas respaldo de las radiofórmulas ni, desde luego, del periodismo musical. Un total, calculan, de 240.000 personas, en su mayoría novicios que ignoraban la barbaridad de condiciones impuestas por los promotores: que si llevaban encima medicinas debían aportar el “documento médico que acredite su necesidad”, que no podían usar prismáticos bla bla bla. Desde luego, no se buscaba crear afición: los niños necesitaban entrada de mayores, que costaban entre 65.50 y 476 euros.
De rebote, tan brutal taquillazo provocó la rebelión de los vecinos del Bernabéu. En un mundo normal, eso debería dificultar la celebración de eventos similares en el futuro, pero, en el actual Madrid, los criterios empresariales se imponen sobre el bienestar de los propios votantes del reptiloide Almeida.
Y un aviso: esos megaeventos no son necesariamente saludables para la práctica de la música en directo. Roban la atención mediática (“hagamos otra pieza sobre las cifras de Taylor Swift”) a propuestas más minoritarias y cercanas. A pesar de lo que digan en Gestmusic, urge recordar que la música pop no nace en los concursos televisivos de talentos: necesita un circuito de locales pequeños. Uno espera con impaciencia la implantación de Ask Hearby, una aplicación que –aseguran- proporciona un listado exhaustivo de conciertos menores en tu zona, según tus preferencias musicales.
Impacto de la Evolución en el Mundo de la Música en Directo
La creciente popularidad de los conciertos y festivales ha transformado radicalmente la industria musical. Las experiencias en vivo se han vuelto el núcleo del negocio, relegando a los álbumes a un segundo plano. Esta situación ha generado un aumento en los precios y políticas muy diferentes en torno a la venta de entradas que, aunque aumentan los ingresos de los artistas, plantea preguntas sobre el acceso y la sostenibilidad de la música en vivo. Los megaeventos, aunque alaban la espectacularidad y el engagement social, podrían estar sofocando a los artistas emergentes y a la diversidad musical.
Preguntas Frecuentes
¿Por qué han aumentado tanto los precios de las entradas a conciertos?
Los precios de las entradas se han elevado debido a la alta demanda y la integración de servicios adicionales, como entradas VIP y merchandising, además de los "gastos de gestión" que aumentan los costos finales.
¿Cómo afecta la automatización de la reventa a los conciertos?
La automatización ha generado un ecosistema en el que la reventa y los precios dinámicos complican la experiencia del consumidor, llevando a precios injustos y frustración entre los asistentes.
¿Cuál es el futuro de la música en directo frente a la era digital?
Aunque el entorno digital facilita el acceso a la música, es fundamental apoyar y promover eventos más pequeños que nutran a la escena musical en su conjunto, ya que los megaeventos a menudo desvían la atención de propuestas más accesibles.
Explorando Nuevas Dimensiones en la Experiencia Musical
El auge de las tecnologías inmersivas y las innovaciones en la experiencia de los conciertos están cambiando la forma en que nos conectamos con la música. La realidad aumentada y virtual están comenzando a jugar un papel crucial, permitiendo a los asistentes vivir la música de maneras únicas y memorables. Sin embargo, es esencial encontrar un equilibrio entre lo comercial y lo auténtico para preservar la diversidad y la esencia de la música en directo. En este sentido, nuevas aplicaciones como Ask Hearby tienen el potencial de revivir un interés por eventos más íntimos, creando una conexión más profunda con los artistas y sus obras.